¿Dónde acaba la persona y empieza la marca?
Una marca es mucho más que la persona que la dirige.
Amancio Ortega y Zara, Richard Branson y Virgin, Elon Musk y Tesla… Son muchos los ejemplos de marcas en las que se mezcla la imagen del CEO con la de la propia marca. Hace unos días conocíamos que Jeff Bezos decidía hacerse a un lado y no continuar siendo el CEO de Amazon, justo cuando la compañía alcanzaba su pico de facturación.
Un movimiento que quizás se deba a un deseo de evolución de la marca, o que a lo mejor sólo pretende desvincular la marca Bezos de la marca Amazon. Porque no cabe duda de la fragilidad que supone para una marca depender de la imagen de una sola persona, por ligada que esta esté a la compañía (recordemos cómo cayeron las acciones de Apple cuando enfermó Steve Jobs).
Desde luego, la existencia de un genio visionario hecho a sí mismo crea un mito alrededor de la compañía que la humaniza, hace sus valores más creíbles, y genera un halo aspiracional del que todos quieren formar parte. Pero pensando a largo plazo, atarse a un personaje (por magnético que éste sea) ¿hasta qué punto es una estrategia recomendable para una marca? ¿Y si está estrategia se construye de abajo arriba- desde los empleados – y no desde el líder?
Porque, sin entrar en polémicas, ¿seguirá valiendo lo mismo la marca Barça cuando ya no esté Messi?